room 2046
Relatos:
Azul ultramar
Decidieron llevarla a visitar el mar con la esperanza de apaciguar esa tristeza que ya parecía crónica, a ratos creían que la niña había nacido así. No paró de llorar en su bautizo y con el paso de los años, aunque apenas comenzaba a entender el mundo, tendía a querer volcarse hasta su cama para no salir de ahí jamás. Todas en la familia padecían de ese mal, caían a la cama víctima de la melancolía y el resultado era una casa lúgubre, lenta y oscura.
Viajaron con la niña hasta el balneario próximo, le compraron vestidos nuevos, un traje de baño de dos piezas color platino, un sombrero de ala ancha y hasta lentes de sol. La llevaron a la arena para tomarle fotografías mientras edificaba castillos, le compraron un helado y frente al mar le pidieron que dejara todo ahí en el agua, toda esa congoja que la acompañaba y no la dejaba dormir, le dijeron que la familia ya había sufrido tanto, que no era necesario que se pasara la vida así.
El resto del viaje fueron paseos por museos, lugares históricos repletos de turistas que consiguieron robarle el corazón, caminatas por calles vibrantes que le hicieron creer que si viviera ahí no sufriría de insomnio y probablemente en las fotos sería toda sonrisas. La gente del mar, siempre tan afable y templada, tal vez al igual que ella, dejaron sus pesares en el agua y decidió que quería eso por siempre. Algún día viviría en una casa antigua y céntrica de esa ciudad que mira al mar, recorrería sus calles para ir a hacer las compras y para juntarse con amigos en esos cafés rebosantes de gente que aparecen cada tres cuadras. El mar impediría que fuera devorada por su cama como toda la familia, el viento la invitaría a vivir a diario y encontraría ahí un destino distinto.
La vuelta a casa fue amarga, todavía no sonreía mucho y cualquier pequeñez la hacía llorar, como siempre. Frente a la puerta de entrada un bebé pájaro que no pudo volar yacía ante la familia. Por mucho que quiso fingir indiferencia, las tripas se le hicieron un nudo y la cara se le llenó de una mueca que intentaba ocultar un puchero, ante la mirada de todas esas mujeres que anhelaban sus somníferos y dejarse caer en el colchón para así olvidar.